El futuro de la Iglesia está en el "fin del mundo". Fue así como el argentino Jorge Mario Bergoglio confesó en el balcón de San Pedro con pudor y modestia la extraordinaria sorpresa que le ha causado la designación como sucesor de Benedicto XVI.
Dedicó a Joseph Ratzinger sus primeras palabras. Y pidió a los feligreses que abarrotaban la Plaza de San Pedro que compartieran un padre nuestro en homenaje al "obispo emérito", testigo de la proclamación de Francisco I desde las habitaciones de Castel Gandolfo.
Nunca un Papa había sido elegido en Latinoamérica.
Antes de bendecir a los feligreses pidió que lo bendijeran a él. Inclinándose a la muchedumbre en plan Juan XXIII con una actitud desprovista de boato que se atiene a la ejecutoria espartana del sobrenombre elegido: otra novedad, pues nunca tampoco un pontífice había elegido el alias de Francisco.
"Recemos unos por otros, por todo el mundo", dijo el bonaerense.
Hicieron falta cinco votaciones. Un Cónclave breve del que se tuvo noticia a las 19.07 horas. Ya entonces los fieles habían abarrotado la Plaza de San Pedro, sin importarles la lluvia ni el frío invernal con que se deslucía el acontecimiento.
Pero dejó de llover. Lo hizo cuando el protodiácono apareció en el telón rojo de la balconada para anunciar al mundo el "HABEMUS PAPAM".
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